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Los hijos de la noche se resisten a morir. Cuando creíamos haberlo visto y leído todo sobre la figura vampírica, Nick Groom publica El vampiro. Una nueva historia, un ensayo que explora la génesis del mito y lo posiciona en el territorio fronterizo de lo fáctico y lo imaginario.
Los monstruos siempre han sido necesarios. Nos han servido para ponernos frente a frente con el Otro, con lo ajeno, con esa criatura que ha menudo se parece a nosotros sin serlo y desafía los principios sobre los que se asienta el mundo que nos hemos construido. El monstruo revela la existencia de tensiones en la estructura aparentemente organizada de las sociedades humanas, pone en evidencia la fragilidad de nuestra propia existencia y sirve para que las turbas aúnen fuerzas en torno a un objetivo común, por irracional y destructivo que éste pueda ser.
En su ensayo El vampiro. Una nueva historia (2020), que la editorial Desperta Ferro publica con traducción de Ana H. Deza, Nick Groom intenta abordar la figura del chupasangres desde una perspectiva refrescante. Rompiendo con las tendencias interpretativas que universalizan la existencia del vampiro en la mayoría de las comunidades humanas, Groom sostiene que esta criatura de la noche tiene un origen concreto en el tiempo y el espacio. Se habría forjado en la Europa occidental del siglo XVIII, en un período en el que el Ilustración y la cientificidad sometieron a escrutinio la naturaleza al completo.
Aunque Nick Groom reconoce la influencia del sustrato teológico, folclórico y cultural europeo anterior al XVIII en la formación de algunos de los elementos definitorios del vampiro, en su ensayo concibe a la sanguijuela rediviva como un ser de nueva creación. El vampiro sería, por tanto, un producto occidental cuya semilla germinó en las fronteras del Sacro Imperio Romano Germánico, una flor rara que inundó las cortes de la buena sociedad europea y prosperó en Gran Bretaña a lo largo del siglo XIX a la luz de los debates científicos, médicos y teológicos de la época. Un ser, en definitiva, que daría el salto de los periódicos al mundo de la ficción literaria y emergería en toda su complejidad, con su potencial dieciochesco ya sublimado, con la publicación de Drácula (1897).
Circulación, o de cuando los vampiros caminaban por Europa
Groom organiza su estudio en torno a dos polos temáticos interconectados. En la primera parte, analiza la historicidad del vampiro situando su penetración en los círculos médico-teológicos de la primera mitad del siglo XVIII. Con anterioridad, ya se habían recogido testimonios indirectos de actividad vampírica en obras como La gloria del ducado de Carniola (1689), una obra que atestiguaba los delitos de ultratumba perpetrados por el redivivo Jure Grando. Teólogos como Philip Rohr habían analizado casos en los que los muertos masticaban en sus tumbas o abandonaban los lugares en los que habían sido inhumados para atormentar a los vivos, mientras botánicos viajeros como Joseph Pitton de Tournefourt habían presenciado en la isla de Miconos la decapitación y quema de cadáveres acusados de disturbar a los vivos.
Fue en 1725, sin embargo, cuando se documentó por primera vez, desde una perspectiva tanto médica como institucional, la presunta existencia de los vampiros. Ocurrió así: los vecinos de Kisilova o Kisiljevo (Serbia) denunciaron ante las autoridades imperiales el asesinato de varios paisanos a manos del vampiro Peter Plogojowitz. Fue el enviado imperial Frombald el encargado de llevar a cabo la investigación correspondiente. En compañía de las autoridades eclesiásticas ortodoxas del lugar, Frombald hizo que se desenterrase el cadáver de Plogojowitz y descubrió su inusual estado de conservación: un cuerpo intocado por la corrupción, de apariencia renovada por el crecimiento de las uñas y los cabellos, y con sangre fresca bordeando los labios. Los locales exigieron la destrucción del monstruo y un Frombald acorralado consintió que las gentes atravesasen el pecho del vampiro con una estaca e incinerasen el cuerpo. El informe oficial que el representante del imperio envió a las autoridades de los Habsburgo acabaría ocupando las páginas del Wiener Diarium y de otros periódicos y panfletos europeos, como también lo hicieron otros casos similares que las autoridades militares investigaron y de los que la prensa de la época se hizo eco. La polémica estaba servida.
A partir de estos incidentes, la realidad del vampiro se expandió desde Serbia y los territorios europeos orientales hasta los círculos intelectuales de Alemania, Francia e Inglaterra. O, como prefiere expresarlo Nick Groom, la sombra del nuevo monstruo irrumpió en el torrente sanguíneo del viejo continente y contagió al cuerpo culto de la Europa occidental. El término “vampiro”, por tanto, se incorporó desde un buen inicio a las teorías socioeconómicas, culturales y científicas de la época. Sirvió para denunciar a las figuras políticas que mermaban las fuerzas del país con su glotonería de poder y dinero, para calificar a los papistas en los enfrentamientos religiosos entre católicos y protestantes, y para dar empuje a los tentativos empíricos que buscaban probar (o desmentir) la veracidad de los milagros y de las manifestaciones sobrenaturales, pero también para alimentar las discusiones biológicas y naturalistas sobre las relaciones entre las esferas de lo humano y lo animal, la práctica de la vivisección y el incipiente darwinismo.
Coagulación: encarnaciones literarias del monstruo
La segunda y más extensa parte de El vampiro. Una nueva historia traza los sinuosos meandros que los hijos de la noche siguen en su lento proceso de infestación del mundo literario. Partiendo de las primeras incursiones de los upiros en las baladas alemanas sobre muertos revinientes que cruzan las tinieblas viajando deprisa, Nick Groom nos introduce en las manifestaciones poéticas y novelísticas británicas inspiradas por el nuevo monstruo. Se discuten Rokeby de Walter Scott y El giaour de Lord Byron, El vampiro polidoriano concebido en Villa Diodati durante el año sin verano y la sáfica Carmilla de Sheridan Le Fanu, cuya estructura toma la hechura de un informe similar a los que en verdad se emitieron en el siglo XVIII durante las olas de vampirismo europeo.
La cumbre de la exploración literaria decimonónica del vampiro se alcanza con la salida al mercado de Drácula, un clásico entre los clásicos. Publicada en el año 1897, la obra más destacada de Bram Stoker representa la síntesis de los debates, tensiones y reflexiones del último siglo y medio en torno a la figura del vampiro. A través de las fechorías del conde transilvano, Stoker forjó la que quizás sea la primera novela de la modernidad. En ella se conjugan y cristalizan las teorías del contagio, la sexualidad perversa, la misoginia y el control de los cuerpos de las mujeres, la degeneración de la especie, el racismo, la tecnología y el capitalismo, además de las teorías psicológicas sobre la desviación, la criminalidad y la psicopatología, es decir, las fuerzas disgregadoras del viejo orden sobre las que se funda nuestro presente.
¿Para qué sirven los vampiros?
Resultaría ingenuo considerar El vampiro. Una nueva historia la obra definitiva sobre la figura del vampiro. Nick Groom es consciente de que innumerables estudios anglosajones, tanto académicos como divulgativos, preceden al suyo, desde The Vampire. His Kith and Kin (1928), de Montague Summers hasta Vampires, Burial, and Death. Folklore and Reality (1988), de Paul Barber y Our Vampires, Our Selves (1995), de Nina Auerbach. Otros estudios recientes, como The Real Vampires: Death, Terror, and the Supernatural (2019), de Richard Sugg, amplían la exploración de las evidencias históricas del vampirismo a territorios como Bulgaria, Rusia y Rumanía. A Groom hay que reconocerle, sin embargo, la capacidad para conectar el desarrollo histórico, científico y político-militar en la Europa de las Luces con la emersión del vampiro como figura reconocible en el ámbito literario. También es de agradecer que la editorial Desperta Ferro se haya atrevido a traducir un ensayo reciente que, de otro modo, habría permanecido inédito en español.
Más que criaturas liminales que viven en los márgenes de lo socialmente aceptable y lo intelectualmente comprensible, Groom aboga por presentar a los vampiros como criaturas que desdibujan los perfiles y confunden las fronteras al ser vivos muertos, pseudohumanos sin reflejo. «Al ser endemoniadamente tangibles -si se les pincha, sangran-«, apunta Groom, «ponen en entredicho todo el ‘dominio biológico’ «. Es por esto por lo que los vampiros diluyen las fronteras, las categorías y los géneros, desafían los roles sociales impuestos, dinamitan las diferencias de clase. Es por esto, en definitiva, por lo que se han convertido en criaturas imperecederas.
Fuente: caninomag.es
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