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Con la publicación de Proletkult (2018) en castellano, vuelve a los suplementos culturales y las reseñas el colectivo italiano Wu Ming, que se convirtió en fenómeno en su momento con Q (1999), aún firmada como Luther Blissett, y nacía y se mantenía con el propósito explícito de fabricar “objetos narrativos” con las técnicas del best-seller pero mensaje de lo que entonces se llamaba ‘antiglobalización’. Su gusto por el transmedia, la creación de comunidades, la reapropiación o la subversión de los formatos del mainstream llega a 2020 desbordado por la realidad de la red y las nuevas formas de consumo, relegándolos casi a novelistas tradicionales.
Los nombres de los cinco autores que han conformado Wu Ming en algún momento de su existencia nunca fueron un secreto. Numerados por el orden alfabético de sus apellidos, Roberto Bui (Wu Ming 1), Giovanni Cattabriga (Wu Ming 2), Luca Di Meo (Wu Ming 3), Federico Guglielmi (Wu Ming 4) y Riccardo Pedrini (Wu Ming 5) comenzaron su andadura conjunta en el año 2000 para escribir 54, aunque el origen está en el éxito editorial que los cuatro primeros habían protagonizado apenas un año antes.
Luther Blissett fue un pseudónimo colectivo de corto recorrido, con un origen tan icónico como legendario. El Blissett “real” era un futbolista británico de origen jamaicano fichado por el Milán en 1983. Fue el primer jugador afrodescendiente en ser convocado por la selección absoluta de Inglaterra y el primero en marcar con ella pero cuyo paso por Milán fue de todo menos brillante. Para cebarse con su pobre desempeño, la hinchada milanesa, de extrema derecha, le lanzaba plátanos e imitaba el sonido de los monos. Nos gustaría decir aquí que los ochenta del siglo pasado eran otra época, pero sabemos que no es del todo así. El movimiento antiglobalización italiano escogió su nombre como pseudónimo colectivo y de libre uso por cualquiera que quisiese sumarse al proyecto.
Cuatro miembros del nodo en Bolonia decidieron publicar una novela firmada como Blissett, Q, una historia de espías y revolución ambientada en las revueltas protestantes de la Alemania del siglo XVI, con la rebelión de Münster y su experimento comunal como centro. En sus declaraciones públicas comparaban las guerras de religión de Carlos V con las intervenciones de la OTAN en la antigua Yugoslavia -los bombardeos de la Guerra de Kosovo aún estaban en marcha en el momento de la publicación-. La novela fue un best-seller de los de antes y acabó traducida a 18 idiomas… en copyleft.
La hiper e intertextualidad POP de Q se demostraba incluso en los rumores, nunca cuajados, de proyectos para adaptarla al cine, que pasaban por Thom Yorke, de Radiohead, allá por 2007, cuando todo era más lento. Porque también fue un éxito en el nivel simbólico al que aspiraba, dándole visibilidad al presunto movimiento altermundista en el que se inscribía –Noam Chomsky ya era referente veterano entonces, ATTAC acababa de nacer y los suplementos dominicales en papel satinado entrevistaban a José Bové, qué tiempos- y con cientos de “Gert del Pozo” copando los foros de internet. En ese mismo año 2000 dieron por “finalizado” a Blissett, los cuatro originales sumaron a Pedrini y nació Wu Ming, que se puede traducir como ‘sin nombre’ o ‘cinco nombres’.
Aunque en declaraciones recientes, el más activo de los Wu Ming que van quedando, 1, insiste en que “no escribimos para demostrar una tesis, no intentamos dar ningún mensaje político. Pero si hay conflictos en la sociedad los buscamos y los narramos. No queremos lanzar un folleto propagandístico de 800 páginas, aunque por fuerza acabas asumiendo algunas posturas”. La primera novela firmada por el nuevo colectivo, 54 (2000), rezará en sus créditos finales: “Comenzó a escribirse en mayo de 1999, durante los bombardeos de la OTAN en Belgrado. Entregado a los editores italianos el 21 de septiembre de 2001, a la espera de la escalada”.
La Nueva Épica del revolucionario
El objetivo explícito del pseudónimo colectivo es diluir la figura del autor y, sobre todo aún como Luther Blissett pero se supone que más tarde también, abrazar el carácter social en la construcción de cualquier ficción. De hecho, crear comunidades que se reapropiasen de dichas ficciones y las transformasen, recuperando planteamientos que a un nivel más mainstream señalaba Piratas de textos: Fans, cultura participativa y televisión (1992), de Henry Jenkins, donde el teórico de la comunicación reseñaba los fanfictions homoeróticos sobre Stark Trek en los que el capitán Kirk debe aliviar el pon farr de Spock. Esto, que reseñar de forma académica en los noventa o primeros dosmiles podría sonar a rescatar una oscura manifestación de subcultura, para cualquier fan del mainstream es ahora lo cotidiano.
Ya la idea de los “objetos narrativos solistas”, las novelas que escriben por separado y firman como Wu Ming 1 o Wu Ming 4 rompe un poco esta idea, pero a pesar del ramalazo más despegado de la política de manifiesto -han sido adictos a publicarlos y “firmarlos”- y renegar del “panfleto” de los últimos años, la temática de las novelas no se ha despegado de la temática revolucionaria y el sujeto colectivo. Si el protagonista no era anónimo, como el Gert del Pozo de Q, pasaba a ser coral o una oscura figura de los anales de la izquierda, como el Alexandr Bodgánov de Proletkult.
54 se ambienta en dicho año del siglo pasado, presenta la convulsa política italiana de la Guerra Fría con la disputa con la Yugoslavia de Tito sobre el destino del Territorio Libre de Trieste, en paralelo al auge del mccarthismo en EEUU. Manituania (2007) narra la Guerra de la Independencia de EEUU desde el punto de vista de la confederación iroquesa, que participó de parte de Gran Bretaña. En Altai (2009) regresan al universo de Q tras la salida de Wu Ming 3 del colectivo, como “terapia de grupo”. En El ejército de los sonámbulos (2014) una trama de mesmerismo y contrarrevolución se desarrolla en el París del Terror revolucionario.
En esta última se puede leer perfectamente el eco del Movimiento Occupy o nuestro particular 15-M, en Italia representado por Movimiento 5 Estrellas, que en su discurso desideologizado nunca gustó a los Wu Ming. Una advertencia sobre como toda revolución lleva su contrarrevolución implícita, con la presencia de un Scaramouche de saldo, remedo cuasi superheroico del de la novela de Rafael Sabatini, y un supervillano aficionado al mesmerismo al que el posterior pacto de los de Beppe Grillo con la Lega de Salvini acabó dando la razón.
En el año 2008 el colectivo, como casi siempre con Wu Ming 1/Bui como voz cantante, participaba en el manifiesto de la Nueva Épica Italiana, la identificación de una presunta corriente en la ficción del país vecino que incluía el rechazo del “frío tono irónico” de la narrativa posmoderna pero abrazaba “la narrativa compleja con actitud POP” o el uso del transmedia. En concreto con la creación de “ucronías y universos alternativos” además de la creación de comunidades que los expandan y reelaboren, que forman parte de los puntos 3 y 7.
En esta Nueva Épica se pueden leer algunos ecos de la Nueva Sinceridad de David Foster Wallace, además de los propios planteamientos del Proyecto Luther Blissett una década atrás. También una querencia algo… pasada de moda, por decirlo de alguna manera, por el formato de manifiesto artístico, con sus consignas excluyentes y sus clasificaciones categóricas. Los Wu Ming se colocaban a sí mismos con Q casi como creadores de la ola en la que incluían obras de no ficción como Romanzo criminale (2002), Giancarlo de Cataldo o Gomorra (2006), de Roberto Saviano.
Fanfictions de Bowie y Tolkien
Por aquella época aún sobrevivía el portal web dedicado a Manituania en el que el colectivo trató de reproducir el fenómeno de Q pero en condiciones controladas de laboratorio. Tan sólo en italiano e inglés y tras responder a una pregunta eliminatoria sobre el argumento de la novela se podía acceder a lo que básicamente era un foro de fanfictions o fanarts sobre la misma. Es difícil medir el éxito de dicha iniciativa, ya que la comunidad de seguidores de Wu Ming existe, pero ya en 2007 este tipo de espacios surgían de forma natural en cuanto cualquier obra de ficción tenía un mínimo de éxito.
Entre medias han escrito otras novelas, algunas también traducidas a varios idiomas, como New Thing (2004), de Wu Ming 1, o La estrella del alba (2012), de Wu Ming 4, además de dos colecciones de relatos firmados como colectivo o el guión de una película. Hasta llegaron a fundar una banda de música con Wu Ming 2 como vocalista y Wu Ming 5 como guitarra.
Las novelas individuales, por cierto, se alejan algo más del formato de best-seller histórico clásico aunque no del juego metatextual POP. En Havana Glam (2001), de Wu Ming 5, un David Bowie procomunista tiene una ‘etapa cubana’ en lugar de un ‘etapa de Berlín’ y es perseguido tanto por la CIA como por los servicios secretos castristas al sospechar ambos que es un espía. En la mencionada La estrella del alba la narración se detiene en la vida cotidiana de unos recién regresados de las trincheras Robert Graves, J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis en el Oxford de 1919, fascinados con la presencia del héroe de guerra T. E. Lawrence. Lo que parecen orgasmos frikis acaban siendo novelas o bien paródicas o bien que desafían las expectativas de trascendencia del lector.
En 2015 tendrían su “traición” más sonada cuando Wu Ming 5 abandonó el colectivo alegando que el proyecto se había convertido “en una empresa” y abandonado sus objetivos originales. Wu Ming 1 ha repetido en más de una ocasión que prefieren “dejarlo hablar”. Aunque incluso con su número reducido a tres han seguido participando en performances de apropiación del espacio público como la enlazada en la imagen anterior.
Lo que sigue más activo que nunca es el blog del movimiento Giap, en el que la mayor parte del tiempo últimamente comparece Wu Ming 1 atizando al Movimiento 5 Estrellas. La bitácora reciba su nombre de Võ Nguyên Giáp, general e intelectual vietnamita cercano colaborador de Ho Chi Minh tanto en la Guerra de Indochina como en la Guerra de Vietnam. Los boloñeses analizan las ramificaciones italianas de la Conspiración QAnon, publicitan sus colaboraciones en otros medios o analizan la reapertura de las escuelas postconfinamiento en su país.
Cuando ya todo es reapropiación
Los Wu Ming llegan a la segunda década del siglo XXI manteniendo el esquema de sus ‘best-seller antisistema’ pero también los vicios de intelectual de hace más de cincuenta años y una permanente autorreferencialidad en los mitos de una izquierda que, presuntamente, el movimiento altermundista de finales de los noventa y primeros dosmiles ya estaba superando. Aunque mantienen el pseudoanonimato y sus caras jamás aparecen en ningún lugar, la descentralidad de aquel Luther Blissett Project que se definía como “el único comité central cuyo propósito es perder el control del partido” sí se ha diluido, aunque mantengan la Wu Ming Foundation como sustituto, y hasta tienen un exmiembro que los acusa de venderse, como todos las grandes bandas y los partidos políticos que en el mundo han sido.
Por otra parte sus tácticas de guerrillas narrativa o cultural tienen poco sentido en un mundo que parecen dominar los textual poachers de Henry Jenkins, como si viviésemos en el «Armageddon de la historias» de la Promethea (1999-2005) de Alan Moore. En España en 2019 hemos visto cómo todo un Premio Nacional de Narrativa lo recibía Lectura fácil (2018), de Cristina Morales, una novela cuya parte central la compone un fanzine anarquista y cuyo núcleo temático y narrativo deja a Gert del Pozo por un lacayo del sistema. Aunque a todos los publique Anagrama. Y defender en un manifiesto que toda nueva novela ‘épica’ debe usar juegos POP es ridículo porque prácticamente no existen ya productos que no lo hagan.
Al final estos piratas de la narración y los teóricos tras ellos han acabado teniendo razón en casi todo. Ficciones como Ready Player One (2011) de Ernest Cline y el fandom desatado en internet, con shippeos, waifus, fanarts y demás apropiaciones y “perversiones” de los textos originales, con los que dialogan y a los que influyen constantemente, son la prueba. El videojuego, que su generación ignoró como terreno de batalla narrativa, es un medio más. Reapropiarse y reescribir no es una subcultura ni una práctica rompedora, es la manera de relacionarse con la ficción del mainstream -y, bueno, probablemente siempre lo fue-.
Otra cosa es que este proceso se haya producido para bien, puesto que la mencionada Ready Player One, hasta en la versión menos incel de Steven Spielberg, sigue siendo onanismo conservador y autocomplaciente. O, cómo ellos mismos vieron venir en sus artículos más políticos, la antipolítica del MS5 no era más que contrarrevolución. Anticuados por su propio triunfo y tras demostrar que no se podía reproducir el hackeo de historias en laboratorio -ni siquiera Disney puede- los Wu Ming se han visto derrotados por su propia clarividencia y la pregunta ahora es si, como sucedía en Q con esa revolución de la imprenta que quería hablar de internet, un libro, si es lo suficientemente atrevido, sigue pudiendo cambiar el mundo.
Fuente: caninomag.es
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